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La robótica es una tecnología que van a dar un vuelco total a nuestra percepción de qué es un robot y cómo nos puede ayudar en el mundo en el que vivimos. En lugar de ver los robots como grandes máquinas rígidas y robustas, podemos pensar en los robots del futuro como organismos artificiales robóticos que cuentan con propiedades que imitan y amplían en gran medida las capacidades de los organismos naturales. Las propiedades únicas de blandura y elasticidad de estas máquinas las hacen muy adecuadas para interacciones con elementos muy delicados, como el cuerpo humano. Además, abordaremos cuestiones sobre la robótica emergente que todavía no han sido objeto de reflexión, como la biodegradabilidad y la transducción de energía regenerativa. Estas nuevas tecnologías impulsarán el avance de la robótica, pero ignoramos hacia dónde, igual que se desconoce la forma exacta de los robots del futuro. Sin embargo, sí que podemos vislumbrar el impacto futuro de la robótica en el ser humano.
El siglo XIX estuvo marcado por la aceleración y la generalización de los procesos industriales. Al principio del siglo, la Revolución Industrial estaba a mitad de su desarrollo, mientras que en sus postrimerías habíamos desarrollado el coche y estábamos a punto de probar el vuelo con motor. El impacto en la vidas de los humanos fue enorme; se reescribieron las normas sociales y económicas que gobernaban el transporte, la sanidad, la manufactura, los entornos de trabajo y la vida doméstica. En el siglo xx, este proceso se repitió con la Revolución Tecnológica, pero a un ritmo mucho más veloz. La tecnología se desplazó del laboratorio y el instituto de investigación al hogar. El papel de motor impulsor recaía en los nuevos reinos de la electrónica, las telecomunicaciones, la automatización y la computación, en lugar de los sistemas mecánicos del siglo anterior. En los primeros años del siglo xx casi no había teléfonos, pero en los albores del nuevo milenio los móviles eran moneda común; cien años antes apenas se había oído hablar de computadoras, que ya han adquirido una presencia universal. Hoy estamos a las puertas de un nuevo cambio tecnológico de la misma relevancia: la Revolución Robótica. Esta revolución convertirá el siglo XIX en un momento crucial en la historia. Es más, tendrá un impacto irrevocable en nuestras vidas y en las vidas futuras.
La Revolución Robótica, por su parte, explota una fusión entre los sistemas mecánicos, los sistemas eléctricos y los nuevos métodos de computación e inteligencia. Mediante la combinación de lo mejor de las múltiples tecnologías existentes y las nuevas se está desarrollando y se desarrollará un abanico bastante asombroso de robots y sistemas robóticos.
ROBOTS: DE AMENAZA EN LA GUERRA FRÍA A FUTUROS SALVADORES
A menudo se define un «robot» por sus capacidades: es una máquina que puede efectuar series complejas de acciones y, en especial, que se puede programar por ordenador. Se trata de una definición útil que engloba una gran proporción de los robots convencionales del tipo que podemos ver en las películas de ciencia ficción. Esta definición y el peso de las percepciones culturales consolidadas sobre qué es un robot influyen en nuestra visión de qué podría ser un robot. El mejor modo de entenderlo es analizar las actitudes culturales frente a los robots en todo el mundo. Si escribimos «robot» en la versión en lengua inglesa del buscador Google, obtenemos imágenes que casi exclusivamente son humanoides, brillantes, de estructura rígida y exentos de emoción.
Hay también algunos robots de tipo militar, de aspecto más bien oscuro y agresivo. Estos resultados están sesgados significativamente por el corpus cultural que Google utiliza para encontrar estas opiniones. Si efectuamos la misma búsqueda en la web de Google en lengua japonesa (introduciendo ロボット, el término japonés para robot), obtenemos un conjunto de resultados distintos, como se muestra en la Figura 1b. En este caso, los resultados presentan unos robots mucho más amigables y accesibles, con menos rasgos humanoides y apariencias que recuerdan a dibujos animados o animales. La causa de tal diferencia es histórica y procede del marco cultural de posguerra en el cual se inscribían las nuevas tecnologías y, en particular, la robótica, durante la Guerra Fría. Los robots se convirtieron en un ejemplo de amenaza alienígena. Por el contrario, Japón no se vio afectado por estos prejuicios y, por consiguiente, los robots se consideraban entidades benignas. Estas diferencias históricas y culturales en el desarrollo de la robótica tienen consecuencias profundas: la robótica occidental está fuertemente entretejida con la investigación militar, mientras que la robótica oriental se centra en la asistencia, el cuidado sanitario y la industria. Estos antecedentes culturales perpetúan también nuestras visiones sesgadas sobre qué aspecto debería tener un robot y cómo se tendría que comportar.
Ahora tenemos la oportunidad de romper con estas convenciones. No es necesario que un robot sea humanoide, que tenga miembros, que camine ni que hable. En lugar de ello, cabe una interpretación mucho más amplia de qué es un robot. Los límites entre los materiales inteligentes, la inteligencia artificial, la personificación, la biología y la robótica se están volviendo difusos: he aquí la verdadera vía por la cual la robótica influiría en la raza humana en los próximos veinte a cuarenta años. ¡Y menudo impacto cabe esperar! Desde robots que puedan supervisar y reparar el entorno natural hasta nanorrobots para controlar y eliminar el cáncer; desde robots que liderarán la colonización de planetas hasta robots de compañía que nos salvarán de la soledad en la edad avanzada. Ni en nuestra sociedad ni en nuestras vidas habrá nada ajeno a la influencia de la robótica del futuro. En resumen, serán ubicuos.
HACIA UNOS ORGANISMOS ROBÓTICOS UBICUOS
Para conseguir la ubicuidad robótica no solo debemos estudiar y reproducir los hitos de la naturaleza, también ir más allá con un desarrollo más veloz (¡sin duda, menos dilatado en el tiempo que la propia evolución!) y más tecnologías generales y adaptables. Otro modo de ver los robots futuros es considerarlos organismos artificiales. En lugar de un robot convencional que se puede descomponer entre los apartados mecánico, eléctrico e informático, podemos pensar en un robot en términos de sus homólogos biológicos, y con tres componentes principales: un cuerpo, un cerebro y un estómago. En los organismos biológicos, la energía es convertida en el estómago y se distribuye por todo el cuerpo para alimentar los músculos y el cerebro, que controla el organismo. Por lo tanto, se da una equivalencia funcional entre el organismo robótico y el organismo natural: el cerebro equivale a la computadora o sistema de control, el cuerpo a la estructura mecánica del robot, y el estómago a la fuente de energía del robot, ya se trate de una batería, una placa solar o cualquier otra fuente de energía. La ventaja del paradigma del organismo artificial es que nos alienta a explotar todas las características de los organismos biológicos e, incluso, ir más allá. Estas características comprenden cualidades en gran medida omitidas por la investigación robótica actual, como el funcionamiento en condiciones variables y duras, la integración en entornos medioambientales benignos, la reproducción, la muerte y la descomposición. Todas ellas son esenciales para el desarrollo de unos organismos robóticos ubicuos.
Este objetivo solo es factible mediante una investigación concertada en las áreas de los materiales inteligentes, la biología sintética, la inteligencia artificial y la adaptación. En este capítulo nos centraremos en el desarrollo de materiales inteligentes novedosos destinados a la robótica, pero también entenderemos por qué el desarrollo de materiales no puede aislarse de otras áreas de investigación muy necesarias.
MATERIALES INTELIGENTES PARA ROBOTS BLANDOS
Un material inteligente es aquel que muestra un efecto observable en una de sus facetas cuando es estimulado desde otra. Quedan cubiertas todas las facetas, incluida la mecánica, la eléctrica, la química, la óptica, la térmica, etcétera. Por ejemplo, un material termocromático muestra un cambio de color cuando se calienta, mientras que un polímero electroactivo genera una prestación mecánica (es decir, se mueve) cuando recibe una estimulación eléctrica (Bar-Cohen 2004). Los materiales inteligentes pueden añadir nuevas capacidades a la robótica y, especialmente, a los organismos artificiales.
¿Necesitamos un robot que pueda detectar los productos químicos? Podemos utilizar un material inteligente que cambie de propiedades eléctricas cuando esté expuesto al producto químico en cuestión. ¿Necesitamos un dispositivo robótico que se pueda implantar en una persona pero que se degrade hasta desaparecer cuando haya cumplido su función? Podemos emplear polímeros biodegradables, biocompatibles y de disolución selectiva. La «inteligencia» de los materiales inteligentes se puede incluso cuantificar. Su coeficiente de inteligencia (CI) se puede calcular evaluando su capacidad de respuesta, agilidad y complejidad (por ejemplo, el número de cambios de fase que pueden soportar) (Cao et al. 1999). Si combinamos múltiples materiales inteligentes en un robot podemos incrementar en gran medida el CI de su cuerpo.
ROBOTS DONDE MENOS LOS ESPERAMOS
Después de haber abordado las tecnologías que abrirán la puerta a una nueva generación de robótica, pasamos a analizar el modo en que dichos robots pueden aparecer en nuestra vida y cómo nos relacionaremos y viviremos con ellos.
Pieles inteligentes
La flexibilidad de la robótica blanda la hace ideal para la interacción directa con el tejido biológico. Las interacciones blando-blando entre un robot de este tipo y un ser humano son, por naturaleza, mucho más seguras que la interfaz rígido-blando que imponen los robots rígidos convencionales. Se ha trabajado mucho en los materiales inteligentes para el contacto directo de piel contra piel y para la integración en la piel humana, lo que incluye conexiones eléctricas y componentes electrónicos (Kim et al. 2011). Una segunda piel robótica blanda de tipo funcional puede ofrecer muchas ventajas inasequibles para un revestimiento convencional. Por ejemplo, puede mimetizar la capacidad de cambiar de color de los cefalópodos (Morin et al. 2012) o cambiar fluidos de lugar, como los peces teleósteos (Rossiter et al. 2012), y de ese modo regular la temperatura. El devenir natural de este tipo de pieles radica en la fabricación de vendas inteligentes para facilitar la curación de heridas y reducir la difusión de las bacterias con resistencia microbiana, al limitar la necesidad de antibióticos. Por supuesto, estas pieles pueden servir de ropa, pero todavía nos queda lejos la aceptación social de segundas pieles como sustitutas de las prendas de vestir convencionales. Por otra parte, si explotamos las tecnologías de actuación blanda fibrosa como el actuador de bobina de nailon y los compuestos de aleación-polímero con memoria de forma (Rossiter et al. 2014), podremos tejer músculos artificiales en el interior de las telas. Por consiguiente, nos brindan la posibilidad de crear ropa activa y reactiva. Estas prendas inteligentes ofrecen también una nueva facultad sin igual: dado que el material inteligente está en contacto directo con la piel y que cuenta con capacidades de actuación, puede aplicar a la piel una estimulación mecánica directa. De este modo, podemos integrar la comunicación táctil en la ropa. Hay que tener en cuenta que el canal de la comunicación táctil se ha quedado rezagado respecto a los demás sentidos. Tomemos, como ejemplo, los smartphones ctuales: su elevado ancho de banda tanto para la reproducción de imágenes como de sonido contrasta con unas capacidades de estimulación táctil casi inexistentes. Con prendas de vestir con función táctil podríamos generar sensaciones «afectivas» naturales de tacto, lo que nos ofrecería un nuevo y revolucionario canal de comunicación potencial. En lugar de un rudo motor vibrador (como el empleado en los teléfonos móviles) podríamos acariciar, hacer cosquillas o proporcionar otras sensaciones táctiles agradables (Knoop y Rossiter ٢٠١٥).
Dispositivos de asistencia
Si la ropa inteligente anteriormente citada fuera capaz de generar fuerzas superiores, podría servir no solo para la comunicación, sino también para la asistencia física. Una solución futura para las personas debilitadas, discapacitadas o ancianas pueden ser las prendas de vestir con asistencia de movimiento, que les devolverán la movilidad. Devolver la movilidad puede tener un impacto considerable en la calidad de vida del que lleva la ropa e incluso permitirle volver a la vida productiva, con lo que se contribuiría a su vez a la economía en general. La dificultad de esta propuesta es la densidad de potencia de las tecnologías de actuación que contienen los dispositivos de asistencia. Si el que se pone esa prenda sufre de debilidad, por ejemplo al haber perdido masa muscular, necesitará un aumento de potencia significativo, pero el peso necesario para lograrlo podría resultar contraproducente. Por lo tanto, un dispositivo de asistencia debería ser lo más ligero y confortable posible, con una actuación dotada de una densidad de potencia significativamente superior a la de los músculos biológicos. En la actualidad es algo que todavía no está al alcance de la tecnología más avanzada. Llegado un momento, los dispositivos de asistencia ponibles harán innecesarios los dispositivos de asistencia convencionales. ¿Por qué usar una silla de ruedas si se puede volver a caminar con unos pantalones impulsores basados en robótica blanda?
Dispositivos médicos
La biointegración que ejemplificaban los dispositivos ponibles descritos en el apartado anterior se puede llevar más allá, dentro del cuerpo. Dado que la robótica blanda es tan adecuada para la interacción con tejido biológico, no es descabellado imaginar que un dispositivo de este tipo se pueda implantar en el cuerpo e interactuar físicamente con sus estructuras internas. Por consiguiente, podríamos fabricar dispositivos médicos implantables capaces de restaurar la funcionalidad de órganos y estructuras enfermos o dañados. Pensemos, por ejemplo, en el tejido blando canceroso que puede afectar a nuestros órganos, desde los intestinos y la próstata hasta la laringe y la tráquea. Ante estas enfermedades, el tratamiento típico implica la escisión quirúrgica del cáncer y la gestión de las afecciones resultantes. Es posible que un paciente con cáncer de laringe se someta a una laringectomía que después le prive de la capacidad de hablar y le obligue a sufrir una traqueotomía permanente. Mediante el desarrollo y la implantación de un órgano robótico blando de sustitución podemos restaurar sus capacidades funcionales y permitir que el paciente vuelva a hablar, tragar, toser y disfrutar de la vida. Esta robótica blanda biointegrada se encuentra en fase de desarrollo y se espera que llegue al ámbito clínico en los próximos diez a quince años.
Robots biodegradables y ecológicos
Es natural ampliar el concepto de biointegración desde el entorno doméstico (antropocéntrico) hasta el entorno natural. Hoy en día, los robots que operan en el entorno natural se ven limitados por las tecnologías mismas en que se basan. Dado que están hechos de materiales rígidos, complejos y dañinos para el medio ambiente, deben ser sometidos a un control constante. Cuando alcanzan el final de sus vidas productivas, hay que recuperarlos y procesarlos como residuos. En cambio, si pudiéramos fabricar robots totalmente respetuosos con el medioambiente, podríamos despreocuparnos más de su recuperación una vez que ya no sirvieran. Esto es ya posible gracias al desarrollo de la robótica blanda biodegradable (Rossiter et al. 2016). Sacando partido a materiales inteligentes que no solo son seguros para el medioambiente durante su vida útil, sino que también se degradan de un modo seguro hasta su total descomposición en la naturaleza, podemos crear robots que vivan, mueran y desaparezcan sin daños medioambientales. Cambia así nuestro modo de desplegar robots en el entorno natural: en lugar de tener que vigilar y recuperar un número reducido de robots dañinos para el medioambiente, podemos desplegar miles o incluso millones de robots con la tranquilidad de saber que se degradarán sin peligro en la naturaleza, sin causar daño alguno. Una evolución natural de los robots biodegradables consiste en los robots comestibles. En este caso, un robot comestible se podría ingerir, trabajar durante un día dentro del cuerpo y, a continuación, ser procesado por el organismo. Nos brindaría, pues, un nuevo método para administrar tratamientos y medicamentos en el interior del cuerpo de un modo controlado y cómodo.
Robots blandos inteligentes
Todos los actuadores blandos descritos en apartados anteriores ejercen de transductores. Es decir, convierten una forma de energía en otra. A menudo este efecto de transducción se puede invertir. Por ejemplo, los actuadores de elastómeros dieléctricos se pueden reconfigurar para convertirse en generadores de elastómeros dieléctricos (Jin et al. 2011). En un generador de este tipo la membrana de elastómero blando es deformada mecánicamente, lo que genera electricidad. Ahora podemos combinar este efecto generador con la robótica ponible que hemos descrito en apartados anteriores. Un dispositivo ponible actuador-generador puede, por ejemplo, proporcionar más potencia al subir una cuesta y, una vez que el usuario haya alcanzado la cima, generar electricidad a partir del movimiento del cuerpo, mientras el usuario camina tranquilamente cuesta abajo. Este tipo de «frenada regenerativa» de los robots blandos es solo un ejemplo del potencial de la conversión bidireccional de energía en este tipo de robótica. Estos materiales muestran dos componentes de computación: de entrada y de salida. Al combinar estas dos capacidades con las propiedades de respuesta a la tensión inherentes a los citados materiales, cabe la posibilidad de realizar robots que puedan computar con sus cuerpos. Se trata de un paradigma nuevo y potente, a menudo descrito en términos más generales como inteligencia incorporada o computación morfológica (Pfeifer y Gómez 2009). Por ejemplo, mediante la computación morfológica podemos otorgar un control de bajo nivel al cuerpo del robot blando. Por lo tanto, ¿necesitamos que nuestro organismo robótico blando tenga cerebro? En muchos robots blandos sencillos el cerebro puede estar de más, puesto que su cuerpo mismo lleva a cabo toda la computación efectiva. Este rasgo simplifica todavía más a este tipo de robot y contribuye a su potencial de ubicuidad.
CONCLUSIONES
tan solo se ha analizado, la punta del iceberg de qué es un robot, cómo se puede pensar en este como en un organismo robótico blando y de qué modo los materiales inteligentes ayudarán a hacer realidad y revolucionar la robótica del futuro. Por otra parte, se ha analizado el impacto futuro de la robótica en los humanos, pero lo cierto es que solo podemos aventurar su magnitud. Del mismo modo que el impacto de internet y de la World Wide Web eran imposibles de predecir, no podemos imaginar adónde nos llevará la robótica futura. ¿Realidad virtual inmersiva? Sin duda. ¿Cuerpos de recambio? Es probable. ¿Un trastorno total de nuestras vidas y de la sociedad? ¡Bastante posible! En nuestro discurrir por el camino de la revolución robótica, cuando echemos la vista atrás recordaremos esta década como el escenario del verdadero despegue de la robótica, cuando se sentaron las bases de nuestro mundo futuro.
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